En mi época todo era motivo para que el atleta se cuide. En aquellos años no había tanto tráfico y el lugar para entrenarse era Avda. Mitre, Avda. Belgrano, Plaza Ameghino y retornar a La Alameda ; lo llamábamos el Matador, por que tenía la Belgrano que había que subirla. También, una vez por semana, nos entrenábamos en El Jumeal y allí nos tomábamos el tiempo.
De esa época no había muchos trofeos había dos o tres casas de comercio que siempre apoyaban la realización de carreras.
Por ejemplo, se entregaban algún par de zapatillas, una remera de Liberty, tienda Los
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dos Chicos, tienda La Tucumana que donaban dos metros de tela, esos eran los premios. También productos regionales, la farmacia Minerva regalaba un frasco de gomina Brancato y una colonia.
Entre los atletas no había egoísmo, había picardía sana. Un muchacho, el "Vizcachón" Bracamonte, era especialista en sacar las zapatillas en la largada y hasta que uno ponía las zapatillas te sacaba varios metros. Teníamos otro que no era ganador, pero era un buen atleta: Cotoqué Aramburu, que siempre cuando pasábamos por frente de la casa nos pedía que lo dejemos pasar primero para que lo vea la madre.
Había otro atleta, Albertito Astrada, que una vez se hizo una carrera en Las Chacras y siempre había una cordialidad, un diálogo entre todos; él siempre sabía decir: ‘les juego a todos un vermouth Cinzano, a quien me pase en un pié'. Veníamos por el lado de la cerámica y lo pasó saltando en solo pié. Así que el mejor premio que tuve ahí fue el vermouth.
Otro gran atleta era Rivadeneira, una gran persona, humilde y trabajador: Una vez se sacó las zapatillas y se las dio para que corra Simón Maidana. El manifestó que estaba resfriado, pero no era eso. Todo esto lo definía como persona.
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